Sinopsis
Durante la mayor parte del pasado siglo XX los medios de comunicación fueron bastante ajenos a la dimensión de la vulnerabilidad. La propia ética comunicativa no le prestó demasiada atención ya que tuvo que precisar y difundir las obligaciones propias del primer deber de la comunicación social, la verdad. Por ello, los códigos deontológicos que fueron aprobándose el siglo pasado se centraban en los deberes asociados a la verdad y la objetividad, prestando poca atención a la vulnerabilidad como otro de sus horizontes éticos insoslayables. Sólo a finales de siglo comenzaron a introducirse en los códigos deberes y consideraciones asociados a la protección de los más débiles y de los afectados por la propia información. Y ya en su última década, como anticipo de lo que iba a ser más común este nuevo siglo, comenzaron a aparecer recomendaciones sobre el tratamiento mediático correcto de algunos temas y colectivos cuyo común denominador era la vulnerabilidad: menores, inmigrantes, personas con discapacidad, etc. La atención y el respeto debidos a estas personas y colectivos pasaba así a ser parte ineludible de la ética comunicativa.